
CUADERNO
DE BITÁCORA
A cada momento naufragamos en esta pequeña-gran-isla que cobardemente llamas «cama» frente a los desconocidos. Nuestro tiempo-libre es tiempo-de-naufragio. ¿Te has dado cuenta de que todos a nuestro alrededor se están volviendo seres sin rostro ni nombre? Y lo peor, los miramos con recelo por habitar fuera de esta intimidad de piratas y asalitrados… Sí, ya sé, la palabra asalitrados no existe; es un invento mío en estas horas de sed y calor. No me podrás negar que es hermosa… Por favor, cambia esa cara de nubes grises, porque si llueve en ti tendremos que revisitar juntos las cursilerías de Neruda (ya sabes lo que dicen los que nunca han leído nada: Qué buena es la lluvia para estar en casa leyéndose un libro). Perdona la licencia lingüística, perdona el sarcasmo, perdona también el ruido de gaviotas que he sembrado en tu pelo, perdona los arrecifes que hicieron escollar a cuantos intentaron separarte de mí. Dime que tengo la razón en lo que digo, o quítamela a golpes. Admite al menos que esta euforia de arenas y algas, este ir y venir de peces plateados que dibujan constelaciones en tu cuello, no es casual, tampoco fue ensayado ni esperado; es y punto. «No» is a complete sentence, dirías con tu aire de grandeza bilingüe. Pero no lo dices. Ni siquiera lo piensas (puedo leer tus pensamientos desde mi literatura; es el único sitio donde me torno omnisciente). Te limitas a leer(me) y besar(me). Sonríes. Entre sentirse y ser no discurre diferencia alguna, te digo. Podemos vernos como raros a los ojos del mundo, pero nunca a los nuestros. Veo un barco en el horizonte, susurras. ¿Le pedimos que nos rescate o seguimos con esto de lanzar botellas al mar con mensajes que nadie leerá? Nunca digas «nadie», te aconsejo. Quizá alguien nos lee en este preciso instante. No has respondido a mi pregunta, insistes. ¿De qué barco hablas?, te pregunto. Yo no veo ningún barco. Me miras con sospecha. Me desarmas. Termino confesando mi malicia: He prohibido en mi texto cualquier artilugio o (des)ventura que nos salve de nuestro naufragio. Estoy predicando la imprudencia de ciertas aproximaciones. Suspiras con ternura. Sonríes y hablas: ¿No temes que nuestra intimidad pueda perder cada vez más su carácter milagroso? No, te respondo. El hombre es una creación del deseo, no una creación de la necesidad. La memoria de la carne es frágil y nuestro amor es nuestro ego, y el ego nada tiene que ver con megalomanía o vanidad, sino con nuestra mente consciente, la parte de nuestra identidad que consideramos nuestro yo: soy consciente de que te amo, soy consciente de que brillo con más luz junto a ti, soy consciente de que tu cuota de intimidad corporal anula todas mis penas y me hace escribir como un poseso, soy consciente de que soy más yo contigo, que sin ti.